La notita



El inquilino había llegado sólo hace un par de días al hotel. Yo ya llevaba un par de meses. Recuerdo que me sentaba en la misma mesa a tomar desayuno. Era una mesa que daba a un gran ventanal que invitaba a quedarse pegado horas y horas mirando al lago. Mi diario siempre funcionaba como máscara: miraba a la gente de reojo, luego me encogía en el y después aparecía esplendorosa y tranquilamente para estirar la mano y llevarme el café a la garganta. Así me pasaba la mañana: a lo Sherlock Holmes; Siempre distante pero cercano, invisible pero presente, misterioso pero siempre normal, común y corriente.
La verdad es que el lago me daba exactamente lo mismo ya que hace un par de meses atrás había perdido la costumbre de encontrarle sabor a las cosas que me rodeaban, sobretodo intentar darle colorido a las desgracias de la vida - ¡A la tragedia humana! - como un amigo mío decía.
Ya instalado en aquel hotel eterno, pude amar mi vida gris sin sabor y colorido. Todo era tranquilo, como aquel puto lago con el mismo color verdoso y el mismo verde rancio con el que Dios o quién sabe qué pinto las hojas de los árboles. Pero como saben ustedes amigos míos...siempre dentro de la calma existe una tormenta. Un sólo viento huracanado que te zarandea, te deja medio mareado y luego te escupe esas malditas gotas que al humano se le ocurrió llamar lluvia!... Esa maldita manía de dar nombres poéticos a la naturaleza.
Y así fue, una tormenta negra, medio azabache. Arremolinó el viento del lugar con una calma y una potencia que me sorprendió. Mi diario terminó volando y estrellándose con el asqueroso ventanal. Al principio estaba confundido (zarandeado) y lo único que hice fue mirar el trayecto volador de aquel diario ahora libre sólo para terminar chocando como una tonta paloma contra el vidrio. Casi me burlo, sino fuera porque estaba metido en mi papel de gente normal y la locura está bien lejos de eso.
Giré la cabeza entre triunfante e irónico (¿y recuerdan la lluvia?)...lamentablemente di justo la mirada hacia allí. Aquella tormenta, vil tormenta, que desata tormentos, que libera locuras, que rompe las Fuertes cadenas de aquella vida gris.
Lo primero que recuerdo fueron sus labios rojos y sus ojos, negros.

Mi apacible vida gris se estaba yendo al carajo.

Poco a poco, pero siempre lento y sin darme cuenta el maldito periódico se burlaba de mí y se escapaba, se había liberado de mi yugo, de su esclavitud.Cada vez que aparecía me obligaba a mirar a la ventana, hasta que comencé a ver los colores...y sí, luego empecé a dar nombres estúpidos en prosa a la inmaculada y siempre finita naturaleza.
A veces se acercaba a mi mesa y me sonreía, a veces hablábamos otras veces no me miraba. Hasta que empecé a sentir esa conexión...esa conexión que supongo sólo sentía yo. Esa maldita ilusión que finaliza en un mundo asqueroso de color rosa, y que no quería volver a mirar por ningún motivo. Esa complicidad.

El inquilino llegó una noche de lluvia, después de una conversación que habíamos tenido ella y yo sobre los dolores de la vida, sobre la tragedia humana y de su gusto amargo siempre lleno de color. Esa vez, en aquel balcón por poco alcanzo el éxtasis...pero llegó el inquilino.
Ella hablaba con él, yo comencé a leer mucho más mi diario que esta vez más que enemigo, al parecer, se fue haciendo mi compañero. Ella se sentaba en su mesa a hablar con el inquilino y yo de reojo la miraba que ella a veces también me miraba y volvía a mi pantalla de letras muertas.
Bastó un segundo para volver a jugar a ser Sherlock Holmes.

Un día salieron juntos, yo los vi. Dejé mi café, sentí que todos me observaban y subí a mi cuarto. Me desvié, doble por el pasillo de la derecha a la tercera pieza...estaba abierta. Como buen detective, ya había observado que aquel forastero dejaba su cuarto siempre abierto.
Entré lentamente, haciendo fuerza contra el umbral de la puerta para que el chirrido fuera inaudible y lo logré. Observé el maldito infierno por unos minutos, todo normal -ordenadito el huevón- para nada igual a mí. Después de pensar qué mierda había en aquel espacio putrefacto que pudiera encantarla me dirigí lentamente a su escritorio, en tono de muerte, oscuro y dejé la nota:

"Amala conchatumadre"

Como un fantasma me largué de ese lugar. (Literalmente, porque sentía que flotaba y que la vida ya me había sacado bastante ventaja).
Seguí derecho por aquel pasillo, guarde mis cachureos en aquella pobre maleta y salí al salón principal - que lamentable es que justo antes de tratar de renacer llega la tormenta para atormentarte sólo para despedirse - Esta vez le regalé una sonrisa.
Salí de la puerta mientras ella le servía el desayuno, con sus ojos negros y sus labios rojos. Salí de aquel lugar sólo para dirigirme al lago con ese azul verdoso o algo así, del agüita que serpenteaba tranquila y con el verde de los árboles que nadie sabía por qué eran de ese color.

A la vida, le intranquiliza que siempre esté de gris. Perra. 

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