Csibiblos y lo que se esconde tras el vacío: Un maestro oscuro - I Parte.



Estaba en un pantano oscuro, no había nada...tampoco el más mínimo haz de luz. Sus ojos no servían en tal oscuridad, tampoco sus oídos ya que sólo escuchaba los ecos de sus pasos. El tacto sí le servía un tanto, pues sentía el barro del pantano entre los dedos de los pies y qué decir del hedor del lugar. Se sentía prisionero, extrañaba la luz del día, no podía sacar arma alguna, ni siquiera sabía si existía algún enemigo que derrotar y salir con la honra puesta como armadura, con la gloria coronando su cabeza como halo inacabable. Nada de eso servía.
Al parecer caminó un par de días y lamentablemente su armadura se estaba oxidando por lo que la tuvo que tirar, quedando solo con sus pantalones de cuero y una camisa que daba tristeza, a tiempo de andar su espada ya se había oxidado y corrió la misma suerte que el metal que envolvía su cuerpo. Estaba prácticamente desprotegido...Casi desnudo, con frío, sin saber dónde lo dirigía cada paso que avanzaba. Ahora ni la gloria ni el honor eran tan amigas como antes, estaba solo...solo.

Escuchó a lo lejos un pequeño sonido; dirigió su oído derecho para guiarse de mejor forma, al avanzar, pudo distinguir algo: era un sonido bastante raro, fresco...ramas quebrándose, desgarros...un sonido como de risa. Ahí fue cuando se alarmó.
Dio un pequeño brinco hacia un costado, pero al parecer una roca mohosa le hizo caer al fango hediondo, haciéndolo tragar un poco de aquella agua que lo hizo vomitar.
Algunos segundos hubo de silencio hasta que cayó en la cuenta de que nuevamente no podía escuchar nada. Repentinamente sintió en su nuca un gélido aliento, que nada envidiaba al pantano. No pudo moverse, apenas sintió sus ojos abrirse después de horas de incesante caminata, sin saber si los poseía o si realmente estaba ciego. Una gota le cayó entonces entre ceja y ceja, justo al medio, casi calculado. Lo hizo despertar de aquella parálisis sólo para tocarse la frente y saber que estaba tibia...y con mucho olor a hierro.
Algo lo tomó de la cabeza y lo envió lejos al suelo, nuevamente había saboreado de forma gustosa las aguas de aquellos suelos.

- No es primera vez que vienes aquí - dijo - te conozco mucho más que tú a mí, conozco de ti, incluso, aquello que desconoces, soy aquello que te arma y desarma, conozco la forma de tus vísceras, de tu corazón acelerado, de la sombra que te pesa en la cabeza, de la sombra y el veneno que te carcome el alma, de la culpa y de la vergüenza-.

El hombre no tardó en responder...

- No sé si alguna vez he estado aquí, y si fue así ya no lo recuerdo - decía, mientras se levantaba para ponerse finalmente en pie - No sé quien eres, ni donde estoy...sólo he bajado a las profundidades de algo, más sólo me he topado con oscuridad y putrefacción, ni si quiera sé por qué no me he consumido si soy un mortal como cualquiera...mi gente me espera arriba!, si vienes a darme muerte jamás te será fácil; con mis dientes, golpes y arañazos me aferraré a la vida - 

- Qué gente y qué vida pequeño inocente...nadie te espera, estás solo...inundado de soledad, nada más que oscuridad, desaliento, mal olor y llanto. Nada más posees que aquellas tremendas riquezas, nada más te come tu carne...la muerte para ti sería la salvación absoluta, el más grande descanso -.

El hombre frunció el ceño, confundido.

- No te entiendo! ¡decidme tu nombre maldita bestia! - la desesperación en él ya se hacía presente.

Sólo vio un par de destellos rojos dirigirse raudamente a su lado. Otra vez el aliento en su cuello, en sus oídos...nuevamente aquella presencia fantasmagórica y nada agradable, nuevamente aquella sensación eléctrica de oscuridad, de que las decisiones no estaban en sus manos, sino en algo mucho más grande.

- Lo que mata al ser humano no es la muerte, pues ella es sólo recoge el alma y la lleva al umbral del recuerdo, lo que mata al ser humano no es el filo de una espada ni la falta de oxígeno, lo que mata al ser humano es algo mucho más sutil...algo que no puede ver... - Ahora el pequeño héroe podía sentir el hedor a carne fresca frente a su nariz y sin mayor inteligencia pudo deducir su alimento -...algo invisible...algo que puede corromper al hombre más paciente -.

El pequeño héroe poco y nada entendía, aquel ente miedo no le daba, eran sus palabras...algo se originaba en él, algo regurgitaba, y entonces tuvo la sensación de que no era la primera vez que había estado en ese lugar. Recordó repentinamente que la cobardía, que el miedo, la soledad, el poder sin límites, la inocencia, la vergüenza, la soberbia, el pecado...todo lo había llevado hasta allí alguna vez.

- No entiendo por qué siempre al mismo lugar...nada he avanzado, nada he aprendido...he desilusionado a mi maestro, a mis amigos, a mis hermanos, a la mujer que añoro y que no tengo...Me he fallado y ya no me interesa morir...¡adelante maldita bestia, hunde tus colmillos en mi cuerpo!, la maldita derrota no me queda nada bien! si he vuelto a esta maldita fosa es porque ya nada queda que valga la pena para volver a la vida! -.

- Hete aquí maldito humano infeliz! - grita lleno de ira aquella bestia - helo aquí malditos dioses! Sólo eso me tirais! condenados infelices! harapientos imbéciles que lloran como niños por la vida y por la muerte! malditos autocompasivos humanos!, te maldigo! ahora y cien mil veces! - grita la bestia, ahora con más furia - ¡compadezco a tu cuerpo por retener a tu alma, compadezco a tu madre por haberte parido y haberte dado a conocer la vida!...tu no te la mereces pequeñito humano, ¡Se te olvidó que no eres el único viviendo en tu podrido mundo!¡Cága y mea en tus pantalones! - Aquel eco se escuchó en todo el lugar - Iré a buscarte una teta maldito animal, a ver si con eso dejas de llorar -.

¿Era realmente culpable el pequeño héroe? ¿era víctima del destino?


Manu.