Cuatro de bastos



Cuando Jesús llegó a Jerusalem, lo recibieron como a un rey. Le alfombraban el piso con ramas de los árboles, cantaban salmos en su honor, lo alababan con palmas para rendirle honor... y gritaban:

"¡Bendito el que viene en el nombre del señor! ¡Hosanna en las alturas!"

¿Habrá sabido siempre lo que le esperaba después?, ¿habrá sabido que prácticamente se metía al hocico del lobo?, ¿importó aquello?.
Es increíble como a veces nos pueden recibir de la misma forma, quizás no como reyes. Entonces entras a ese lugar y el idilio comienza a disolverse poco a poco. Pudiste a ver ayudado a la gente todo lo que tus manos alcanzaron, pudiste amarlos a cada uno, pudiste haber entregado tu corazón sin precio alguno ni tampoco devolución.

Pero es justamente lo que realiza la gente iluminada, pueden saber lo que ocurrirá después o no de sus actos bondadosos y los reciben como recibieron a Jesús...pero actúan más allá de lo que pueda suceder. Saben que se enfrentan a la muerte, saben que se enfrentan a tormentas y mareas, y saben que también todo lo hacen por ayudar el corazón de un humano y que muchas veces no se percatan de cuanto ayudan a una persona con una sola palabra o una acción.
Hay que tener fe y valentía para cruzar un umbral, porque no se sabe con qué situaciones nos econtraremos...pero finalmente, a pesar de todo, ellos siempre dejaron una pequeña semilla que otro tomó y la hizo florecer.

Hace falta gente así, hacemos falta nosotros.
En cada uno, aparte de la oscuridad...brilla nuestra luz, esa luz que se puede entregar a una persona y que sin saberlo podemos contagiar.

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